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16.05.2018  |  03:00 hs.  |  Amigos Universidad de Tel Aviv

Amigos de la Universidad de Tel Aviv

IGNACIO PEÑA: EL ARGENTINO QUE ANUNCIA EL INCREÍBLE TSUNAMI TECNOLÓGICO QUE SE AVECINA


Se viene un tsunami tecnológico que va a cambiar nuestras vidas. Será la mayor revolución industrial de la historia y una oportunidad para construir un futuro mejor. Si surfeamos esta ola gigante, nos puede llevar a una era de prosperidad y abundancia sin precedente. 

Surfear el tsunami demanda la triple misión de generar prosperidad, asegurar que los beneficios lleguen a todos y proteger el medio ambiente. De nosotros dependerá usar estas tecnologías para crear un mundo mejor y minimizar el costo de adaptación. Las tecnologías son sólo herramientas. Un resultado positivo requiere empatía, responsabilidad y una mirada humanista”.

Hay que preguntarnos: ¿qué mundo queremos construir? Creo que la Argentina puede proyectarse al mundo con confianza y crear una economía mucho mejor para todos, con innovación, emprendedorismo, creatividad y apostando a la gente. No con una actitud pasiva o rentista. En los próximos años vamos a vivir un ritmo más vertiginoso de cambio y va a ser muy importante que lo aceptemos y lo redirijamos a donde tiene sentido. Estoy convencido que podemos generar abundancia, inclusión y recuperar el medio ambiente si sabemos aprovechar esta oportunidad y la abordamos con una mirada humanista, con empatía y responsabilidad.

Tenemos la oportunidad de construir un futuro más próspero apostando a la educación, la innovación, el emprendedorismo y la economía creativa. Podemos profundizar la exportación de servicios intensivos en conocimiento, reindustrializarnos con tecnología de punta y redoblar el éxito de nuestro dinámico sector agrícola con la innovación e internacionalización”.

Por primera vez en la historia, desde la Argentina y América latina podemos ser coautores y no sólo espectadores de una revolución industrial. Somos jóvenes, tenemos un enorme potencial creativo y capacidad de adaptación. Podemos ser parte de la revolución y recoger sus frutos. Esto es válido para individuos, familias, organizaciones, ciudades y naciones. Todos podemos y debemos ser parte.

En las últimas décadas, vivimos cambios vertiginosos con el desarrollo acelerado de computadoras, Internet, celulares y tabletas, pero eso fue apenas el prólogo del cambio por venir. Estamos en el comienzo de una revolución impulsada por la confluencia de tecnologías exponenciales como la computación ubicua, la robótica, la inteligencia artificial, la biología sintética, la nanotecnología, las energías renovables, las impresoras 3D, la medicina digital y la tecnología espacial. Después de años de promesas incumplidas, estas tecnologías van a sorprendernos con la velocidad y magnitud de su impacto.

Las aplicaciones que ya existen y se van a difundir en los próximos años parecen tomadas de la ciencia ficción. Sistemas de inteligencia artificial capaces de aprender y reemplazar a humanos en un vasto abanico de actividades, desde atención a clientes hasta servicios profesionales. Robots de bajo costo y fácil programación más eficientes y económicos que operarios en China. Autos eléctricos que se manejan solos. Impresoras 3D para producir desde juguetes hasta casas. Soluciones para diseñar e imprimir ADN desde cualquier computadora personal. Electrodomésticos conectados a Internet que dialogan con nosotros. Exoesqueletos que permiten a parapléjicos caminar. Biorreactores y bioimpresoras capaces de producir carne y cuero. Huertas hidropónicas que generan enormes cantidades de comida en espacios urbanos. La lista continúa y no deja de sorprender.

Peter Diamandis, fundador de Singularity University, muestra en su libro Abundance cómo esta revolución nos permitirá generar abundancia y resolver los grandes desafíos de la humanidad. Tendremos las herramientas para superar el hambre, la escasez de agua, el déficit energético y habitacional. Pero debemos evitar caer en un tecnooptimismo irreflexivo: según cómo la naveguemos, esta ola gigante puede generar mucha desigualdad social y vulnerabilidad.

El impacto del tsunami será enorme, rápido y difícil de asimilar. Cientos de millones de empleos pueden ser destruidos y reemplazados apenas parcialmente por otros que demandan nuevas capacidades y más educación. Todas las industrias van a pasar por transformaciones radicales y las empresas van a enfrentarse con la opción de cambiar o tornarse irrelevantes e incluso desaparecer. A esto se sumarán nuevos desafíos éticos, políticos y sociales que demandarán la reinvención de instituciones y marcos legales.

Asegurar condiciones de vida digna para todos es posible y será precondición para nuestra calidad de vida colectiva, para la salud de la democracia y del tejido social. Muchos tendrán dificultad acompañando el ritmo de cambio. Debemos crear soluciones que garanticen una vivienda digna, alimentos y agua saludables, infraestructura urbana, salud y una educación de calidad para todos. ¿Imposible? Es lo que le dijeron a Salman Khan, quien desarrolló miles de clases en el armario de su cuarto y las subió a YouTube, donde fueron vistas más de 350 millones de veces por alumnos del mundo entero de forma gratuita.

Surfear el tsunami también abre la posibilidad de detener y revertir el calentamiento global, la contaminación y la destrucción de hábitats naturales. Tenemos la responsabilidad de dejar un mundo habitable y vital para generaciones futuras. Las energías renovables en algunos años serán más baratas que las tradicionales. La biología sintética permite recuperar especies extintas, desarrollar bacterias o plantas con una capacidad multiplicada de absorber gases de efecto invernadero. La agricultura urbana y la producción de carne en biorreactores permiten reducir y eliminar la presión para el desmonte de bosques nativos, entre otras tantas posibilidades de utilizar la tecnología para mejorar el medio ambiente.

Es hora de sacar la mirada del espejo retrovisor para clavarla en la construcción de un futuro mejor para todos. Depende de nuestra imaginación y voluntad. ¿Qué esperamos?

(*) Basada en la nota de Ignacio Peña publicada en el diario La Nación

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